Hematofobia

¿Qué es la hematofobia?

Según la American Psychiatric Association (APA), la hematofobia o fobia a la sangre es un tipo de fobia específica que se caracteriza por el miedo intenso, persistente, excesivo e irracional que una persona experimenta ante lugares, objetos y situaciones relacionadas con la visión de la sangre, las inyecciones o las heridas (SIH).

Según la APA, es la fobia específica más común dentro de los trastornos de ansiedad y en la población en general. Tiene en común con otras fobias que el objeto o la situación que la provoca desencadena ansiedad o miedo inmediato, intenso y desproporcionado al peligro real que plantea el objeto o la situación. Igualmente ―como el resto de fobias―, el miedo a la sangre se caracteriza por la anticipación de consecuencias negativas y/o desagradables  ―lo que se conoce como ansiedad anticipatoria― y la adopción de una serie de conductas de escape o evitación por parte de quien la padece.

No obstante, la hematofobia se distingue del resto de fobias por un tipo de respuesta fisiológica específica que se denomina bifásica, ya que se desarrolla en dos fases. En la primera de ellas, la exposición al estímulo temido ―en este caso, la sangre, las agujas o las heridas― sobreactiva el sistema nervioso simpático, lo que provoca a su vez el aumento del ritmo cardiaco, de la presión arterial y de la frecuencia respiratoria.

En la segunda fase ―que distingue a este tipo de fobia específica del resto―, los tres anteriores parámetros descienden de manera brusca, puede producirse mareo y, posteriormente, un desmayo. Este es, en realidad, un tipo de reflejo conocido como síndrome o síncope vasovagal, consecuencia de la ralentización del ritmo cardíaco y la disminución de la presión sanguínea, lo que puede llevar al mareo y terminar en desmayo.

No obstante, no existe acuerdo en la comunidad científica acerca de a qué se debe esta reacción fisiológica propia de la hematofobia.


¿Qué consecuencias puede tener padecer hematofobia?

El miedo y la ansiedad pueden provocar un profundo malestar en las personas que sufren hematofobia. Además, las conductas de evitación pueden llegar a deteriorar de manera significativa su vida familiar, social o laboral. Por ejemplo, puede afectar a la elección de estudios y limitar las aspiraciones profesionales de una persona que quiera dedicarse al campo de la medicina o la sanidad o influir en la decisión de una mujer que quiere quedarse embarazada, pero teme el parto.

Sobre todo, puede suponer un riesgo para la salud de la persona con fobia a la sangre, ya que estas suelen evitar pruebas como analíticas de sangre y consultas médicas, por lo que puede ser más difícil el diagnóstico de una enfermedad y la adherencia al posterior tratamiento.


¿A quién afecta la hematofobia?

Como se comentaba al inicio, la APA afirma que el miedo a la sangre es la fobia específica más común dentro de los trastornos de ansiedad y en la población en general. Aunque se considera que su prevalencia alcanza hasta el 31%, de acuerdo  a los datos publicados por la Universidad de Málaga en su artículo “Un caso práctico de fobia a la sangre/ inyecciones/ heridas”, un leve miedo a la sangre se da en muchos niños y adultos, pero solo puede considerarse que entre el 2% y el 3% de casos sufre esta fobia.

Por otra parte, los estudios coinciden en que este trastorno es más frecuente en mujeres y niños, con una edad media de inicio de 9 años.  


¿Qué causa la fobia a la sangre?

No se conocen con precisión las causas del miedo irracional a la sangre, pero existe una mayor incidencia entre personas con antecedentes familiares. Esto podría sugerir un componente hereditario pero también podría deberse a un componente de aprendizaje por modelaje si otras personas la sufren, en el seno familiar o a una mezcla de ambos factores. También podría estar originada por experiencias traumáticas previas.


¿Con qué síntomas se manifiesta?

Además de la evitación o escape de la situación, los síntomas más frecuentes con que se manifiesta la hematofobia son el mareo, el sudor, la palidez, las náuseas (sin vómitos) y el desvanecimiento o desmayo ya mencionado, que tiene lugar en la segunda fase.

Además, esa evitación o escape de las situaciones que puedan exponerlas a la sangre, las inyecciones o heridas, puede llegar a tener consecuencias negativas importantes. Por ejemplo, pueden intentar evitar intervenciones médicas importantes para la salud como consultas médicas, análisis de sangre o intervenciones quirúrgicas, embarazos e, incluso, atender a personas heridas. Por otra parte, pueden descartar algunas profesiones como las vinculadas a la enfermería o la medicina.

Por otra parte, son muy frecuentes los pensamientos anticipatorios de consecuencias negativas que anteceden a la exposición a las situaciones y objetos que producen la fobia. A consecuencia de ellos, la persona puede sufrir insomnio, parasomnias, nerviosismo, irritación y cambios en el estado de ánimo, entre otros síntomas.


¿Puede tratarse la hematofobia?

Aunque se trata de un problema complejo sobre el que se debe seguir investigando, sí  existen intervenciones terapéuticas adecuadas. El tratamiento más recomendado se basa en la combinación de la exposición controlada y gradual de la persona al estímulo fóbico y la técnica conocida como tensión muscular aplicada.

La primera de ellas se produce de manera paulatina empleando, en primer lugar, imágenes del estímulo fóbico y, a continuación, mediante la exposición controlada en vivo a instrumental hospitalario como jeringuillas, el visionado de vídeos o visitas a hospitales.

El objetivo de la segunda técnica, la tensión muscular aplicada, es impedir el desmayo ―por lo tanto, es específica para la hematofobia―. Para ello, se enseña a la persona afectada a identificar las primeras señales de la segunda fase de la respuesta bifásica y a elevar la presión arterial y el flujo sanguíneo cerebral aprendiendo a tensar de manera voluntaria durante unos instantes los grupos musculares de brazos, piernas y tórax, lo que ha demostrado ser muy eficaz.

Si la ansiedad es intensa, pueden ser útiles también como complemento las técnicas de respiración y de relajación aplicada, la hipnosis clínica y el aprendizaje de técnicas de afrontamiento del estrés. Igualmente, la desensibilización por movimientos oculares (EMDR) ha demostrado resultados prometedores para reducir el miedo a la sangre.

Aunque la terapia farmacológica en general no resulta muy eficaz para superar las fobias específicas, en ocasiones, puede ser beneficioso el uso limitado de medicamentos, que deberá prescribir el médico, antes de que se produzca la exposición al estímulo.

Fuentes

*Esta información en ningún momento sustituye la consulta o diagnóstico de un profesional médico o farmacéutico.