Pérdida de apetito

¿Qué es la pérdida de apetito y a quién afecta?

La falta total de apetito se denomina anorexia, mientras que su disminución o pérdida parcial se denomina hiporexia. Este segundo trastorno puede aparecer a cualquier edad y ser síntoma de diversas patologías, aunque es más habitual en personas con enfermedades crónicas o en ancianos.

Se estima, de hecho, que la hiporexia afecta a entre el 50% y el 60% de los adultos mayores en nuestro país, según distintas fuentes, aunque resulta complejo determinar su prevalencia exacta, porque se trata un trastorno difícil de detectar, ya que sus síntomas suelen asociarse a conductas habituales en edades avanzadas.

Si no se detecta y controla adecuadamente, puede suponer un grave riesgo para la salud de quien lo sufre, tanto desde el punto de vista físico como psicológico. Por este motivo, es muy importante prestar atención a síntomas y signos como una pérdida de peso repentina o a cambios en los hábitos alimenticios como falta de interés hacia la comida.

Cuando alguno de ellos se daña, aparecen diferentes problemas que causan en el paciente dolor y dificultades para caminar.


¿Cuáles son las principales causas o factores involucrados en la pérdida de apetito?

La disminución o pérdida del apetito puede estar provocada tanto por causas fisiológicas como psicológicas. Entre las causas de origen físico destacan:

  • El envejecimiento. La reducción de movimiento y de necesidades físicas conlleva una menor demanda calórica, que puede traducirse en la pérdida de apetito y, por otra parte, las limitaciones motoras complican también el acceso a los alimentos de manera autónoma. Asimismo, pueden producirse cambios en el sentido del gusto y del olfato, que suponen una limitación a la hora de percibir los sabores y olores y, por tanto, de disfrutar de los alimentos. Por último, son frecuentes las restricciones dietéticas por prescripción médica, que pueden reducir la motivación por comer. También el estado de las piezas dentales puede ser un factor de hiporexia.
  • Padecer determinadas enfermedades. Pueden ser infecciones o enfermedades gastrointestinales como la enfermedad inflamatoria del intestino u otras patologías graves como numerosos tipos de cáncer, infección por VIH, trastornos respiratorios como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), la enfermedad renal crónica, la hepatitis o la insuficiencia hepática, problemas hormonales como el hipotiroidismo, trastornos cardíacos como la insuficiencia cardíaca o neurológicos como la demencia, el Alzheimer y el Parkinson.
  • Tener dificultades para masticar o deglutir (disfagia).
  • El uso de determinados fármacos como los usados para tratar la ansiedad, la depresión y el dolor como el tramadol, la morfina y la codeína, cuyos efectos secundarios pueden afectar al apetito.
  • El consumo de tabaco, alcohol u otras drogas.
  • Tratamientos médicos como la quimioterapia o la radioterapia y otros tratamientos que pueden provocar pérdida de apetito o dificultad en la absorción de nutrientes.
  • La baja actividad física y/o el sedentarismo.
  • Sufrir intolerancia a ciertos a alimentos o nutrientes como el gluten.

Entre las causas psicológicas, se encuentran:

  • Padecer un bajo estado de ánimo, estrés o traumas emocionales, así como emociones como ansiedad, tristeza o nerviosismo.
  • Tener depresión. Esta puede alterar los neurotransmisores que liberan las hormonas que se encargan de regular el apetito.
  • Problemas de conducta o memoria. Patologías como la demencia o el Alzheimer pueden hacer que las personas mayores se olviden de hacer la compra, cocinar o comer.
  • Padecer aislamiento social. Factores como la pérdida de seres queridos, vivir en soledad o lejos de la familia pueden estar involucrados en la disminución del apetito o en la dificultad de acceder a una alimentación suficiente.
  • Y no debemos olvidar las limitaciones económicas. Los ingresos de muchos mayores pueden limitarles el acceso a los alimentos más adecuados o en las cantidades necesarias

¿Cómo se manifiesta la pérdida de apetito?

La pérdida del apetito se puede manifestar con signos y síntomas como cambios en los hábitos alimenticios como comer una menor cantidad de alimentos y/o hacerlo con menos frecuencia. También pueden aparecer actitudes negativas hacia la ingesta de comida o falta de interés hacia esta.

Todo ello puede manifestarse, a su vez, con cambios repentinos en el peso, deshidratación (también en niños), fatiga, debilidad y cansancio, así como con síntomas psicológicos como irritabilidad, dificultad para concentrarse o cambios en el patrón del sueño.


¿Cuáles son sus consecuencias?

Si la pérdida de apetito se mantiene en el tiempo, pueden producirse déficits de micronutrientes esenciales como las vitaminas o los minerales, así como desnutrición. A su vez, esta puede provocar anemia, pérdida de la masa muscular y ósea y el debilitamiento del sistema inmunológico.

Todo lo anterior se asocia, sobre todo en personas mayores, a un mayor número de complicaciones de enfermedades tanto agudas como crónicas, a un mayor riesgo de caídas y a un aumento de la tasa de ingresos hospitalarios y de la mortalidad.

La desnutrición aumenta también el deterioro cognitivo y funcional, lo que causa problemas de memoria, concentración y atención, así como dificultades para llevar a cabo actividades cotidianas.

Por último, la disminución del apetito puede afectar al bienestar emocional y a la calidad de vida, ya que puede generar tristeza, ansiedad, aislamiento y falta de autoestima.


¿Cómo puede tratarse la falta de apetito?

Es necesario detectar de manera precoz la falta o disminución del apetito, sobre todo en el caso de adultos mayores o personas con patologías como los enfermos oncológicos. El tratamiento puede abarcar las siguientes líneas de actuación:

  • Tratamiento médico. Permite abordar las causas subyacentes como enfermedades, trastornos o efectos secundarios de medicamentos. Asimismo, puede incluir fármacos para estimular el apetito -aunque su eficacia suele ser limitada-, así como suplementos alimenticios.
  • Terapia psicológica. Permite abordar las causas emocionales y psicológicas como la depresión, la ansiedad, el estrés y el trauma. La terapia cognitivo-conductual, la interpersonal y la terapia de apoyo son algunas de las opciones disponibles.
  • Cambios en el estilo de vida. Pueden incluir la realización de actividades placenteras en el día a día, el aprendizaje de técnicas de manejo del estrés, la planificación de comidas en cantidades más pequeñas, pero más frecuentes, así como la inclusión en la dieta de alimentos más apetecibles y nutritivos y/o y con mayor densidad calórica.
  • Abordaje social: en aquellos casos en los que la soledad, especialmente en personas mayores, limitación de movilidad, aislamiento o problemas económicos, sean la fuente de la hiporexia, es necesario un abordaje social para la mitigación o solución de estas causas.

10 consejos para estimular el apetito

Las siguientes medidas pueden contribuir a incrementar las ganas de comer en la persona que sufre hiporexia o anorexia:

  1. 1. Ingiere con mayor frecuencia pero porciones más reducidas. Tomar cinco o seis raciones más pequeñas varias veces al día te ayudará a sentirte menos saciado y facilitará la digestión.
  2. 2. Programa los horarios de tus comidas. Si habitualmente no sientes ganas de comer, puede resultar efectivo establecer un horario para tus comidas en vez de orientarte por el apetito.
  3. 3. Cuando tengas hambre, come más. La planificación anterior debe ser flexible para adaptarse a tu apetito: cuando tengas hambre, come sin esperar a que sea la hora y aprovecha esas oportunidades para ingerir mayores cantidades.
  4. 4. Limita los líquidos mientras comes. Dentro de lo posible, es aconsejable que los bebas media hora antes o después de las comidas, ya que los líquidos pueden llenarte y llevarte a consumir menos cantidad de alimentos.
  5. 5. Come en un ambiente agradable. Decora la mesa con una vajilla que te guste, pon música suave, velas o cualquier accesorio que te ayude a sentirte relajado o relajada. Convierte la comida en un acto social: come en compañía y evita distracciones como el televisor o el móvil.
  6. 6. Ten a mano tentempiés. Mantén cerca de ti o a la vista quesos, helados, fruta, frutos secos, repostería, etc. No te preocupes por su contenido en calorías o rico en grasas, cuando recuperes el apetito podrás optar por opciones menos calóricas. Toma también un refrigerio antes de irte a dormir.
  7. 7. Experimenta con los alimentos. Elabora nuevas recetas o prueba nuevos alimentos u otros que antes no te gustaban. Como plato principal, prueba también a comer alimentos fríos o templados como ensaladas o sándwiches, ya que los calientes envían más señales de saciedad al cerebro. También puedes preparar batidos de frutas y verduras combinadas con yogurt, leche o helado. Bajo supervisión médica, se pueden emplear también suplementos vitamínicos, complementos alimenticios o estimulantes del apetito.
  8. 8. Realiza ejercicio físico. Practicar actividad física de manera regular puede estimular el apetito y también mejorar la función gastrointestinal. Sin embargo, deberá ajustarse a la dieta para evitar la pérdida de peso, especialmente en adultos mayores.
  9. 9. Si eres cuidadora o cuidador, ofrece a la persona que cuidas sus alimentos favoritos y una dieta variada. Ten en cuenta sus gustos a la hora de planificar y preparar los menús. Por otra parte, escoge alimentos con sabores, colores, aromas y texturas atractivos y que aporten mucha energía y variedad de nutrientes -entre ellos, proteínas, ácidos grasos, vitaminas y minerales-. Varía también los tipos de cocción y sazonados. Si el enfermo o anciano sufre disfagia, asegúrate de que los alimentos son fáciles de masticar y tragar.
  10. 10. No fuerces la ingesta y ten paciencia. No presiones a la persona que cuidas para que coma si no tiene hambre, ya que puedes obtener el efecto contrario. La paciencia y la calma serán claves para que ingiera su menú.

Fuentes

*Esta información en ningún momento sustituye la consulta o diagnóstico de un profesional médico o farmacéutico.