Sepsis

¿Qué es la sepsis?

Más mortal que el ictus, el infarto agudo de miocardio, el trauma grave y algunos cánceres como el de mama, páncreas, próstata, colon y recto, la sepsis es letal en el 10% de los casos, según datos de la Clínica Universidad de Navarra, y constituye la principal causa de muerte por infección.

Cuando la sepsis no se reconoce y no se trata de manera precoz, la  infección se  generaliza, dañando con rapidez los tejidos del cuerpo, para después provocar fallos en el funcionamiento de los órganos, pudiendo incluso causar la muerte.


¿Cómo se origina esta infección?

Podemos decir, de forma simplificada, que la sepsis, también llamada septicemia, es una respuesta fulminante y desregulada del sistema inmune a una infección y que resulta difícil de reconocer y de diagnosticar. Participan en el desarrollo de la sepsis diferentes factores, como componentes del microorganismo y sus toxinas, otras sustancias que producen daño celular y algunas otras que son mediadoras de la respuesta inflamatoria.

La sepsis se produce cuando el cuerpo, tratando de luchar contra los microorganismos invasores, libera sustancias químicas en la sangre para combatirlos (citocinas o citoquinas). Pero estas sustancias constituyen un arma de doble filo, pues provocan algunos efectos en el organismo, como la dilatación de los vasos sanguíneos y fugas de líquidos desde estos hasta los tejidos, que se inflaman de manera generalizada. Por otra parte, las citoquinas favorecen la formación de coágulos en los pequeños vasos del interior de los órganos.

La disminución del flujo sanguíneo priva, a su vez, a los órganos vitales (riñones, pulmones, corazón y cerebro) de los nutrientes y el oxígeno que necesitan para funcionar. Ello lleva al corazón a trabajar con más intensidad y la frecuencia cardiaca y la cantidad de sangre bombeada aumentan. Sumado a la presencia de toxinas en el torrente sanguíneo, este trabajo extra debilita el corazón, que empieza a bombear cada vez menos sangre. Los tejidos, al no recibir el riego sanguíneo suficiente, segregan un exceso de ácido láctico, el cual vuelve la sangre más ácida y, poco a poco, los órganos se encuentran cada vez con más dificultades para desempeñar su función. La formación de coágulos desencadena un consumo acelerado de unas sustancias que sirven para formarlos, por lo que, posteriormente, pueden tener lugar hemorragias.

En los peores casos, cuando el organismo ya no es capaz de revertir este proceso descontrolado de inflamación e infección se puede desencadenar un shock (o choque) séptico: la presión arterial disminuye, y el corazón, los pulmones, los riñones y otros sistemas del organismo pueden dejar de funcionar y, por tanto, se multiplican las posibilidades de muerte.


¿Qué puede causar la sepsis?

Aunque también puede causar sepsis las infecciones virales y fúngicas, los gérmenes que más a menudo la provocan son las bacterias.

A pesar de que hablamos de una infección generalizada, el foco de entrada de la bacteria a nuestro organismo puede ser cualquiera. Los focos de infección de la sepsis más frecuentes son la vía respiratoria (por ejemplo por una neumonía), el sistema urinario (infecciones en el riñón o en el trayecto urinario), el aparato digestivo y la presencia de bacterias en el torrente sanguíneo. Algunos focos los encontramos, con menor frecuencia, en infecciones de la piel o los tejidos blandos y en el sistema nervioso, y, en otros casos, el foco es desconocido.

En las personas hospitalizadas, son también áreas comunes de infección las vías intravenosas, las heridas quirúrgicas o las úlceras por presión en pacientes encamados.

Por otra parte, hay que advertir que, en muchas ocasiones, las sepsis son de origen comunitario; es decir, se adquieren fuera del hospital,  por lo que tener unas nociones que nos permitan identificarla con precocidad y buscar ayuda médica inmediata puede salvar vidas.


¿Existen factores de riesgo?

En los últimos años, se ha observado un aumento en la incidencia de la sepsis que se atribuye a diferentes factores como el envejecimiento de la población, tratamientos en enfermos crónicos que producen debilitamiento de las defensas, mayor agresividad en los tratamientos quirúrgicos o utilización de técnicas más invasivas. Posiblemente, este mayor número de casos de septicemia también puede deberse a que se reconoce y, por tanto, se diagnostica cada vez más esta enfermedad.

Cada vez se diagnostican más casos de septicemia o sepsis.

Aunque cualquiera puede contraer una infección y casi cualquier infección puede derivar en una sepsis, existen algunos sectores de la población que corren mayor riesgo de padecer esta afección. Por ejemplo, quienes sufren enfermedades crónicas como cirrosis o diabetes, patologías pulmonares, cáncer o problemas renales.

Igualmente, el riesgo de contraer sepsis es mayor en embarazadas, personas mayores de 65 años, recién nacidos y bebés de hasta un año, así como en pacientes cuyo sistema inmune se encuentra debilitado, debido a enfermedades el SIDA o al uso de fármacos que también disminuyen las defensas, como los corticosteroides.

También tienen más posibilidades de desarrollar una septicemia quienes portan dispositivos en su organismo como prótesis articulares o cardiacas, sondas en el sistema urinario, tubos de drenaje o cánulas de respiración. El riesgo es mayor conforme aumenta el tiempo que permanece el dispositivo instalado. Así mismo, constituye un factor de riesgo inyectarse drogas sin usar jeringuillas esterilizadas.

Sufrir una infección persistente cuando ya se está recibiendo tratamiento con antibióticos también puede indicar que la bacteria que la origina sea resistente a ellos y que tenga mayor potencial de provocar una septicemia.


¿Cuáles son los síntomas de la sepsis?

La sepsis se presenta de modo imprevisible y puede avanzar rápidamente. Por ello, como decíamos, es crucial reconocer los síntomas a tiempo, que pueden combinar algunos o todos de los siguientes: confusión o desorientación, mareos, pérdida de apetito, problemas para respirar, frecuencia cardiaca elevada, dolor de cabeza, fiebre alta -aunque algunas presentan disminución de la temperatura corporal-, escalofríos, sensación de frío, dolores extremos y piel pegajosa o sudorosa.

Los primeros indicios de sepsis pueden ser la desorientación y el aumento de la frecuencia respiratoria. Luego, a veces, aumenta de forma simultánea la frecuencia cardiaca y progresa el estado de confusión mental y debilidad. La mayoría de las personas también tiene fiebre, pero otras presentan disminución de la temperatura corporal. El pulso se acelera y la piel se calienta y enrojece. Después, la presión arterial desciende y también se reduce la cantidad y frecuencia de la orina.

A continuación, la temperatura corporal cae a niveles anormales y la piel se vuelve fría, pálida y azulada o con motas, señal de la destrucción de los tejidos. Surgen problemas para respirar y cuando se establece el shock séptico, la presión arterial persiste baja a pesar del tratamiento y puede producirse la muerte.


¿La sepsis se puede tratar?

La respuesta es sí, la sepsis se puede tratar, pero en todo caso, actuar con rapidez y contundencia es la clave fundamental para aumentar las posibilidades de supervivencia ante la sepsis.

Para llevar a cabo el tratamiento, el paciente debe ser ingresado de inmediato en un ámbito hospitalario y, en función de la gravedad, en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital, donde se intenta detener la infección, proteger los órganos vitales y mantener en niveles adecuados la presión sanguínea.

Para ello, se administran con urgencia y por vía intravenosa, tanto antibióticos como líquidos, con los cuales se intenta aumentar el volumen del fluido que corre por los vasos sanguíneos para el control adecuado de la tensión arterial. Pueden indicarse fármacos vasopresores, en caso de que con los líquidos no fuera suficiente, u otros fármacos, como corticosteroides, para el control de la tensión arterial. Otros fármacos -insulina-  pueden ser necesarios si existiera una elevación de azúcar (glucosa) en sangre que, entre otras cosas, empeora la respuesta a la infección.

También suelen aplicarse medidas médicas de apoyo que ayudan a la persona que lucha contra una sepsis como la administración de oxígeno al paciente o, en caso de afectación de los riñones, diálisis renal. A veces, puede ser necesario un respirador artificial, que es una máquina que ayuda a introducir y sacar aire de los pulmones.

Por último, puede ser necesaria la cirugía para eliminar la fuente de la infección: extirpar el tejido muerto o infectado, eliminar las acumulaciones de pus (abscesos) o, si hay dispositivos dentro del organismo, retirarlos o cambiarlos.

10 claves para protegerse contra la sepsis o septicemia

  • 1. Ponte todas las vacunas recomendadas.
    Reducirás el riesgo de infecciones y, por tanto, de sufrir una sepsis.
  • 2. Si padeces una afección crónica, contrólala bien.
    Consulta a tu médico sobre cómo hacerlo.
  • 3. Mantén una buena higiene.
    Lávate a menudo las manos con agua y jabón y sécalas cuidadosamente. Extrema esta medida si estás en un hospital.
  • 4. Lava y desinfecta cualquier herida.
    Los cortes y rasguños deben mantenerse limpios y cubiertos con vendas hasta que se curen, pues son focos de entrada de las bacterias.
  • 5. Conoce los síntomas de la septicemia.
    Ello te permitirá obtener atención médica de inmediato y aumentar las posibilidades de supervivencia, si sospechas que tú u otra persona podéis sufrir septicemia.

Fuentes

*Esta información en ningún momento sustituye la consulta o diagnóstico de un profesional médico o farmacéutico.