Terrores nocturnos

¿Qué son los terrores nocturnos?

Los terrores nocturnos son uno de los trastornos del sueño conocidos como parasomnia o experiencia no deseada durante el descanso.  Muy frecuentes en la infancia, son episodios que se producen durante la fase más profunda del sueño. En ellos, el niño sufre episodios de miedo intenso, gritos y agitación del cuerpo mientras duerme. En ocasiones, se despierta de manera brusca, aterrorizado y confundido. Al día siguiente, no suele recordar nada de lo que ha sucedido.


¿Cuándo empiezan los terrores nocturnos?

Los terrores nocturnos suelen iniciarse entre los 4 y los 12 años, aunque son más frecuentes de los 3 a los 6 años y en los niños que en las niñas. Según la Asociación Española del Sueño (ASENARCO), se estima que un 40% de las personas ha sufrido algún episodio de terrores nocturnos durante su infancia, aunque suelen desaparecer por sí solos durante la adolescencia y, de hecho, son muy poco frecuentes en la edad adulta.

Si aparecen en la edad adulta, algo no frecuente, suele ser más preocupante, ya que pueden estar más relacionados con problemas emocionales, ansiedad o depresión. Su relación con otros trastornos psiquiátricos subyacentes es más controvertida.


¿Qué causa los terrores nocturnos?

Aunque se desconoce qué causa los terrores nocturnos, se piensa que podrían estar relacionados con el desarrollo inmaduro del cerebro, que lleva al niño a tener dificultades para salir por completo de la fase de sueño profundo y despertarse. Así, la alteración parece relacionada con la transición entre la fase de sueño profundo (lento) y la fase de sueño REM (en la que se producen los sueños).

Sí se sabe que existen desencadenantes como estar viviendo periodos de estrés o tensión emocional. Otros desencadenantes son la privación de sueño o interrupciones en este (por fiebre, viajes o enfermedades médicas –como la apnea obstructiva del sueño o el síndrome de piernas inquietas-), mantener horarios irregulares de descanso o el cansancio extremo.

Igualmente, aumenta el riesgo de sufrir terrores nocturnos que existan antecedentes familiares, ya que este problema puede heredarse.

Algunos medicamentos pueden hacer más profundas todavía las fases de sueño profundo, lo cual favorece el inicio de los episodios. Por último, en adultos, los terrores nocturnos se asocian a trastornos como la depresión y/o la ansiedad y también el consumo de alcohol puede influir.


¿Cómo se manifiestan los terrores nocturnos?

Habitualmente, los terrores nocturnos tienen lugar durante el primer tercio de la noche. El niño puede llegar a gritar, a llorar de manera inconsolable, patear o golpear con violencia a su alrededor. También puede llegar acompañado de episodios de sonambulismo. Suele ser difícil despertarle, y, cuando por fin lo hace, puede ser incapaz de responder si se le habla.

Otros síntomas habituales y muy característicos son la transpiración excesiva, el rostro ruborizado, frecuencia cardiaca irregular y pulso acelerado, aumento de la frecuencia respiratoria y pupilas dilatadas.

Los terrores nocturnos suelen darse entre los 4 y los 12 años.

Los terrores nocturnos suelen durar unos pocos minutos, habitualmente, menos de veinte, y después, el niño se vuelve a dormir y no suele recordar el episodio al día siguiente.

Cabe recalcar que los terrores nocturnos no son pesadillas, ya que estas son propias de las primeras horas de la mañana y, al despertarse, el niño puede ser capaz de recordar los detalles del sueño. Además, se le puede despertar con mucha más facilidad y, cuando lo hace, no se siente desorientado.


¿Cómo actuar si un niño sufre terrores nocturnos?

Por todo lo anterior, cuando un niño sufre episodios de terrores nocturnos y se despierta durante uno de ellos, conviene encender solamente una luz tenue en la habitación y tratar de tranquilizarlo hablándole suavemente y abrazándole o cogiéndole de la mano hasta que vuelva a dormirse. De esta forma, podemos contribuir a evitar que asocie la oscuridad al desasosiego y la luz con el bienestar, y que no se condicione así el desarrollo de un miedo a la oscuridad.

Los progenitores han de mentalizarse de que estos episodios no hacen sufrir al niño y mucho menos están relacionados con trastornos psicológicos.

En muchos casos, el consuelo de sus padres es el único tratamiento que necesita el niño, ya que los terrores nocturnos suelen desaparecer por sí solos. Si se presentan después de los once años, suponen un riesgo para la seguridad, impiden un descanso suficiente, afectan al rendimiento en la escuela o el trabajo o a las relaciones sociales, sí puede ser necesario consultar a un médico.

En algunas circunstancias, puede existir alguna afección no diagnosticada que desencadene los terrores, como la apnea obstructiva del sueño, en cuyo caso el tratamiento será el de dicha condición.

En otras ocasiones, la terapia psicológica puede ser útil, al igual que aprender a gestionar el estrés o a usar mecanismos para afrontar los episodios. En casos severos, puede recurrirse al uso de benzodiacepinas durante una o dos semanas o a ciertos antidepresivos.

Por parte de los padres, es necesario asegurarse de que sus hijos siguen una correcta higiene del sueño, ya que la privación de este o los horarios irregulares de descanso son posibles desencadenantes de los terrores nocturnos. En algunos casos, puede ser eficaz despertar al niño unos 15 minutos antes del momento en que suelen ocurrir los episodios para, posteriormente, retomar el sueño, evitando así que sucedan.


Recomendaciones para afrontar los terrores nocturnos:

Existen algunas pautas que podemos seguir para ayudar a nuestro hijo si sufre terrores nocturnos:

  • 1.Mantén la calma cuando se produzca un episodio.
    Háblale con frases sencillas y tono relajado o abrázale hasta conseguir que se tranquilice y se duerma de nuevo, mejor en su propia cama. Si se ha levantado, condúcele con suavidad de nuevo a ella. Es mejor que no intentes despertarle.
  • 2. Busca un patrón para poder anticiparte.
    Para ello, lleva un diario de los ciclos de sueño de tu hijo y haz un seguimiento de los episodios: durante varias noches, apunta cuándo se duerme y cuándo se producen los terrores nocturnos. Ello te puede permitir prever cuándo van a producirse de nuevo y despertarle antes de que comiencen.
  • 3. Crea un entorno seguro.
    Si se levanta de la cama, puede lastimarse fácilmente, pues puede chocar con algo, caer, salir y perderse… Por ello, asegúrate de que no hay cables, trastos o muebles con los que el niño o niña pueda tropezar. Mantén también fuera de su alcance los objetos con que pueda cortarse, pincharse o quemarse como, por ejemplo, cuchillos y estufas. Evita también que duerma en una cama alta, como, por ejemplo, el piso superior de una litera.
  • 4. Convierte la habitación en un lugar tranquilo y confortable.
    Regula la temperatura y asegúrate de que no se cuelen luces o ruidos que puedan alterar el sueño. Conviene que permanezcas junto al niño o niña hasta que se tranquilice, pero también que retome el sueño en su propia cama, para ayudarle a superarlo.
  • 5. Asegúrate de que duerme las horas suficientes.
    La falta de sueño puede desencadenar los terrores nocturnos. Para evitarla, puedes hacerle acostarse más temprano o añadir una siesta corta después de comer -no superior a cuarenta y cinco minutos-. Asegúrate también de que mantiene un horario de sueño regular.
  • 6. No le cuentes qué ha ocurrido al día siguiente.
    Como él no se acordará, es mejor no revelarle lo sucedido al día siguiente, para que no se resista a acostarse de nuevo cuando llegue la hora.
  • 7. Intenta reducir su estrés.
    Habla con tu hijo de lo que le preocupa para identificar si existen cuestiones le estresan. También puede ser beneficioso llevar a cabo una rutina relajante antes de acostarle como leerle un cuento o darle un baño tibio.
  • 8. Cuida su alimentación.
    Una dieta equilibrada, rica en frutas y verduras, y reducir la ingesta de productos excitantes como chocolate, bebidas con cola o cacao también puede favorecer un buen descanso.

Fuentes

*Esta información en ningún momento sustituye la consulta o diagnóstico de un profesional médico o farmacéutico.